martes, 4 de noviembre de 2008

“Soy el mendigo que sólo acepta sueños”






“Soy el mendigo que sólo acepta sueños”


Decía el cartel por el que pasaron Julia y su madre. Había un hombre tirado en la esquina de la calle Mayor con la calle de las Mercedes. La gente pasaba a su lado sin percatarse de su presencia, sin fijarse en esos risueños ojos y esas largas y oscuras barbas teñidas con algunas canas blancas.

- Yo le quiero dejar un sueño - dijo la niña tirando de la mano de su madre.

La mujer se giró aturdida no sabiendo muy bien a qué se refería la pequeña; hasta que advirtió la presencia de aquel sucio mendigo.

- Sueños - bufó - venga cariño, que vamos a llegar tarde donde el abuelo y tenemos prisa - caminó más rápido mientras murmuraba algo sobre pederastas.

Julia se giró y miró al mendigo mientras su madre tiraba de ella. Le regaló una sonrisa. El hombre parpadeó un par de veces y sacó de su manto algo que la niña no pudo ver, su madre la apremiaba y giraron la esquina a la calle de las Mercedes.

La casa de sus abuelos olía a madera, antes solía oler a pasteles, pero desde que su abuelo vivía solo, el dulce olor había desaparecido y sólo la familiaridad de la madera persistía. Solía pasearse por el largo pasillo, rozando con sus pequeñas manos las paredes, hasta que llegaba a un marco, una majestuosa puerta de madera. Respiraba profundamente, haciendo que su eterno recorrido por el pasillo se hiciera más largo. Quería preguntarle algo a su abuelo, pero le daba vergüenza, y quizá miedo. ¿Y si le decía que no?

- Abuelo… ¿Quieres ir a dar un paseo?

El anciano estaba fregando los vasos que su nieta y él habían utilizado para merendar roscos y leche. Se había quedado viudo hacía un par de años y su hija insistía en que la compañía de la pequeña Julia le iba a venir bien, pero era su mujer, y no él quien tenía la paciencia de estar con la niña. Julia tenía los mismos ojos que tuvo su abuela, azules y pequeños, pero vivos. Le encantaba saber y aprender.

- Hace mucho viento - contestó el buen hombre - ¿Seguro que quieres ir a pasear?

- Sí - la niña afirmó con energía - quiero darle un sueño a un mendigo.

Teodoro sonrió, pensando en la imaginación que podía llegar a tener aquella niña.

- Pues espera que me pongo el sombrero, cojo el bastón y vamos. Vete a ponerte la chaqueta, está en el cuarto de invitados.

Julia salió de la cocina y se puso la chaqueta y la bufanda que se había regalado su madre por Navidad. Su abuelo estaba en su cuarto atándose los zapatos, despacio, lentamente y con mucho cuidado. Todo lo hacía así, siempre había sido un hombre muy cuidadoso.

- ¡Vamos! Que quizá para cuando lleguemos ya se ha ido - apremió su nieta.

Teodoro sonrió y cogió su bastón y las llaves que estaban en el pequeño mueble de la entrada. Salieron a la calle y el viento les azotó la cara con fuerza, Julia le dió la mano a su abuelo y lo guió por las calles de la ciudad hacia la calle Mayor y la calle de las Mercedes.

- Cuéntame qué es eso de que le quieres dar un sueño a un mendigo.

- Pues iba con mama hacia tu casa y había un señor sentado en el suelo, que en vez de dinero, pedía sueños. Y yo dinero, sabes que no tengo, pero sueños, tengo un montón, así que he pensado regalarle uno. ¿Quieres darle tú uno también?

- ¿Dónde estaba el mendigo?

- Al lado de la calle Mayor.

Otra ráfaga de viento arremetió con fuerza contra Teodoro y Julia. La calle estaba vacía, un pequeño puñado de personas paseaba rápidamente o se metía en los comercios refugiándose del vendaval. La pequeña apretó la mano de su abuelo y siguió de frente hasta que pudieron ver a unos metros de distancia un hombre sentado en el suelo, quieto, como si nada estuviese molestándolo. Julia se acercó dando pequeños saltos, mientras Teodoro quedaba atrás, no sabiendo muy bien qué pensar de la situación.

- Yo tengo un sueño - dijo la niña al acercarse al mendigo.

El hombre levantó la cabeza, y muy, muy despacio sonrió.

- ¿Cómo te llamas? - su voz era profunda, áspera, como si llevara mucho tiempo sin utilizarla.

- Julia, y éste es mi abuelo, que ha venido conmigo.

Teodoro se posicionó junto a su nieta y miró al joven hombre intrigado.

- ¿Es usted un mendigo?

- Ya ve que sí - sonrió aún más - y son mis primeros clientes en esta ciudad. ¿Así que tienes un sueño para mí?

Aquel mendigo, con mucha delicadeza sacó una pequeña cajita de madera de su manto. Redonda, tallada con distintas formas y adornos.

- Tienes que susurrarle tu sueño a la caja.

- ¿No te lo tengo que decir a ti? - Julia abrió mucho los ojos, sorprendida.

- No.

Julia miró desafiante la pequeña cajita de madera que el mendigo le tendía. Y la cogió entre sus pequeñas manos. ¿Aquella cosa iba a tener que guardar su mayor deseo? La abrió con cuidado, temiendo que se cayera y algún tipo de mágico líquido manchara su bufanda. Pero estaba vacía. Teodoro y el mendigo la miraban. Julia se acercó la cajita de madera a la boca y susurró en pocas palabras su sueño.

A un metro de distancia el abuelo miraba al mendigo de reojo.

- ¿Para qué quiere usted sueños?

- Para sobrevivir.

- Pero… - el hombre se apoyó en su bastón y se pasó la mano por el rostro no sabiendo muy bien qué era todo aquello.

- No necesito dinero para mantenerme vivo, yo lo que quiero saber es que la gente sigue soñando y al parecer, en esta ciudad la única que lo sigue haciendo es su nieta.

Julia cerró la caja y se la tendió al mendigo.

- ¿Tú no quieres probar abuelo?

Teodoro negó, su sueño era inalcanzable, no merecía la pena ni susurrárselo a una vieja caja de madera.

- Venga buen hombre, no pierde nada por mantener el sueño vivo.

Teodoro cogió la caja y la miró durante un buen rato, aquello era tan sumamente ridículo. Pero Julia estaba allí, mirándole, con sus pequeños y vivos ojos azules. ¿Qué le costaba abrirle el corazón a la nada? ¿Quién lo iba a oír?

- ¿Qué vas a hacer con mi sueño? - le preguntó Julia al mendigo.

- Con tu permiso, quiero regalárselo a alguna niña que no tenga ninguno.

- ¿Y si no le gusta?

- Si a ti te gusta, a ella también le gustará - el joven hombre sonrió, iluminando más su cara.

- ¿Y por qué recolectas sueños? - Julia se sentó en el suelo, frente al mendigo. El viento hacía un rato que había parado y su abuelo estaba a dos metros escasos susurrándole a aquella cajita de madera una infinidad de palabras.

- Porque quiero saber que la gente sigue soñando, que sus corazones siguen latiendo por deseos, sueños y ganas de vivir. Necesito saber que siguen sintiendo, que no se han convertido en simples seres pasivos, quiero que me digan que viven, que sobreviven, que necesitan que yo haga mi trabajo para que todo siga siendo como lo era entones. Mi deseo es saber que todos aman y luchan por lo que quieren, porque lo ansían de verdad, que desistir es muy fácil, pero darle la cara al amanecer es mejor.

Julia no entendió las doradas palabras que brotaron de la boca de aquel mendigo a quien nunca volvió a ver. Años más tarde repitiéndoselas antes de dormir consiguió formarlas y aplicarlas a su vida. A veces, cuando gira la esquina de la calle Mayor y la calle de las Mercedes, mira hacia atrás porque cree ver una pequeña caja de madera en la esquina. Pero cuando parpadea nunca hay nadie, nunca hay nada.

Pero… ¿qué le costaba abrirle el corazón a la nada? Ella sabía que había susurrado un sueño en una extraordinaria cajita de madera, y quizá algún día se encontrara con la magia que de ella salió y le empapó el alma.





"Sólo es para recordarme a mí misma, que la vida merece ser vivida, y que cuando estoy un poco desesperada, triste o no puedo más… ver otro amanecer merece la pena.
No matter what, no matter who. Sólo tengo que darle un brochazo de magia para que todo vuelva a girar. "
(scry @ )

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