jueves, 31 de enero de 2008

Receta para anestesiar el alma.


Migel Anjel Otsoa de Alda Gurrutxaga
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Cuándo es conveniente aplicarla:

Cuando recibes cada frase como una posible ofensa.
Cuando apenas encuentras excusas para reirte.
Cuando te retumba el estrépito de las palabras no pronunciadas.
Cuando, presa de tus sueños, te despiertas con el paladar acerado.
Cuando tus ojos se inundan de lágrimas secas y nada ha cambiado desde ayer.
Cuando te atrapa la fatiga y se te aloja en el ánimo.
Cuando la mirada se te enreda en el horizonte y sólo la recuperas con un suspiro.
Cuando se te anudan las detestables ideas obsesivas.
Cuando te asalta la ansiedad gateando por el estómago y acampa en el mismísimo corazón.
Cuando tienes la perversa sensación de que la vida te ha timado.
Cuando te duele el alma.
Cuando te dé la gana.

Ingredientes:

Un coche sin conductor.
Cuatro cintas de boleros.
Dos grandes dosis de humor.
Sal, la que te pida el cuerpo.
La Guía del Buen Vivir.
Tres besos de despedida.
Mil montañas por subir.
Y ropa para dos días.

Elaboración:


Se toma el coche sin limpiar. Se le inyecta gasolina de la buena. Se barajan los boleros a placer y se introduce el primero que aparezca. Con la Guía del Buen Vivir se busca un lugar bajo el sol que sea silencioso, esté libre de recuerdos y sobrado de quietud y se pone uno el mundo por montera.

Apuntando proa a nuestro destino es necesario centrarse en los boleros. Éstos han de ser únicamente coreados, sin adobar con sentimientos. Conviene cantar a pleno pulmón sin dejar sonar la voz de la conciencia, ésa que nos susurra dejes de reproche y nos inspira huellas de frustración. Se avanzará así camino hasta que nuestra salmodia se confunda con el rumor de la carretera.

Con todos los registros adormecidos, se dejará uno seducir por la travesía. Se retiran los boleros y se reservan.

El lugar escogido ha de insinuarnos mensajes de serenidad. Prendamos de nuestra solapa el silencio del lugar y abandonémonos al tiempo. Con toda la lentitud de que seamos capaces, iremos amalgamando cada rincón que nos asalte en el largo paseo que daremos. Reconocida la guarnición, procedemos a preparar la terapia.

Sazonemos la mirada con chispas de curiosidad y dejémonos arrastrar por ella. Nos conducirá errante del verde-haya al azul-pinonegro, del vivaz avellano al impávido roble.

Incorporemos entonces nuestra particular macedonia de emociones. Seleccionando cuidadosamente el próximo paso, convirtámoslo en permanente. No importa cuán largo y solitario sea el verdoso sendero, tratemos de perpetuar la sensibilidad sin atajos. A través de ella podremos incorporarnos al rumor del bosque, tuteando a las montañas, despertando de su letargo a los riscos, interpretando la danza cadenciosa de la arboleda, tarareando la melodía de los manantiales, zumbando, en fin, al son del viento.

Sin tardanza se nos escurrirán por los poros de la piel las frustraciones, los chascos, los desaires, la ansiedad, e irán tomando vigor nuestros proyectos y logros, irán asomando tímidamente las ilusiones renovadas. Albergando de nuevo la ternura y recuperado el sosiego, nos adentraremos en un ingrávido estado de sublime quietud que arraigará en nosotros sin demora.


Consejos para su aplicación:


Esta cura se puede acompañar de un panaché de sensaciones favorecidas por Silvano, el dios de los bosques.

Si la receta ha de aplicarse en primavera, podremos incorporar el frescor y el aroma de ese lienzo renacido. De sus mismas entrañas lograremos exprimir las inéditas fragancias de una tierra en flor que nos guiará por las misteriosas veredas de la pasión.

Si es en verano cuando precisamos de su servicio conviene encaramarse al cálido esplendor que rebosan los hayedos y asociarlo a los ecos de leyenda de su ardiente luminosidad. Aprovechemos una siesta veraniega para dejar vagar nuestra mente por cuantas vivencias nos hagan sonreir.

Si es en otoño cuando nos ha invadido el ataque debemos tratarlo con la serenidad y la tibieza que sobrepone la policromía de los ocres. Dejemos que esa mítica placidez que aporta su cambiante colorido nos alce a la cumbre de la fantasía.

Si por el contrario ha sido el invierno el mudo testigo de nuestra dolencia, hemos de aprovechar el frío pálpito de la renovación de la tierra para dar lumbre al poema de nuestros afectos y encontrar refugio en ellos.


Hay que tomarlo con prudencia porque puede provocar adicción.

No olvidemos que esta receta permite anestesiar el alma.

No quiere decir que la vida no nos haga daño, solamente que ya no duele tanto.


Leido en la BITACORA DE "Jaio"


1 comentario:

Nerim dijo...

Una buenisima receta. Precisamente la estaba buscando para tenerla a mano cuando la necesitase.
Y las fotos de Miguel Anjel son muy buenas.
Un fuerte abrazo

Los amigos son como las estrellas, no siempre los vemos pero sabemos que siempre estan ahi .